«SÓLO QUIERO PODER COMER TRANQUILAMENTE Y EN FAMILIA»
Uno de los aspectos que más preocupa a madres y padres es el tema de las comidas. Cuántas veces oímos en la consulta: ¡No puedo con las comidas, este niño me saca de quicio! Estos comentarios se hacen erróneamente delante de los hijos, con lo que los hijos se colocan en una situación de superioridad total: en su cabeza queda grabado: ¡Ojo, mi madre no puede conmigo, soy capaz de controlarla con mi comportamiento, sigue por este camino chaval que la tienes dominada!
Comer es un acto fisiológico y necesario para vivir y desarrollarse de manera saludable. Pero el hábito de la alimentación va más allá porque en él juegan un papel importantísimo los factores emocionales y porque permite el desarrollo de capacidades en el niño de una manera distendida y casi lúdica.
Todos en mayor o menor medida tenemos recuerdos en torno a la mesa: comíamos en casa de los abuelos los domingos, nos juntábamos a comer toda la familia en casa de los tíos. Recordamos cómo mamá nos hacía nuestro plato preferido el día de nuestro cumpleaños, o cómo sabía de bien la chocolatina que nos daban como premio por nuestro comportamiento al final del día. «Llámame y comemos juntos», le decimos a los amigos que hace mucho que no vemos y luego alargamos la sobremesa, incluso quedamos a comer cuando hay que cerrar un gran negocio… En torno a la mesa recibimos grandes noticias y las celebramos, en torno a la mesa se reúne la familia a diario, en torno a la mesa disfrutamos de la compañía de otros. Por eso, cuando la comida se convierte en un martirio, nos preocupamos y hacemos todo lo posible por volver a vivir esas experiencias.
Hay que tener en cuenta que comer también es una conducta en la que debemos educar a los hijos.
El secreto para que los niños coman bien reside en establecer en ellos el hábito. Un trabajo que comienza cuando empiezan a incorporar otros alimentos fuera de la leche, en torno a los 6 meses, y que para que sea efectivo tiene que ser constante, gradual y paciente. Los problemas de alimentación aparecen cuando no se ha logrado implantar bien ese hábito. Por todo ello, estos 9 puntos son muy importantes tenerlos en cuenta como guía cuando nos sentimos tan perdidos:
1- Asumir que cambiar el comportamiento de un hijo requiere mucha paciencia, ser repetitivo y actuar siempre de la misma manera con ellos. Si tus hijos comprueban que cada día utilizas una estrategia diferente para conseguir que coman, pensarán que sus padres no tienen ni idea de lo que están haciendo. Los padres deben mostrar siempre seguridad en lo que hacen y así los hijos se sentirán seguros.
2- Establecer el hábito y mantener una rutina,así se consigue la prevención de los problemas, siempre y cuando se atiendan a los cambios y progresos que experimentan en cada edad. Para lograrlo existen 3 reglas básicas: hacerlo siempre de la misma manera, en el mismo lugar y a la misma hora. Por ejemplo, a la hora de cenar: lavarnos las manos, poner la mesa entre todos, sentarnos todos en torno a ella y terminar todos de comer antes de retirar la mesa y dedicarnos a otra actividad.
3-Respetar las etapas. Los niños avanzan paso a paso y el aprendizaje debe ir en armonía con ese desarrollo progresivo. Hay que atender al momento en que están preparados para pasar del puré y las papillas a los alimentos sin procesar, para incorporar nuevos sabores y para empezar a utilizar la cuchara o el tenedor. Las dificultades aparecen cuando no pasan estas etapas, cuando no se hace en ellas lo que hay que hacer. Por ejemplo, si entre el año y medio y los tres años mi hijo no prueba alimentos nuevos más tarde presentará otros problemas, como negarse a masticar o no querer comer más que cuatro cosas.
4-Duración de las comidas. Las comidas no deberían durar menos de 20 minutos ni más de 40. Si son muy rápidas no resultan buenas para la digestión y pueden alterar al niño por las prisas, y si se extienden demasiado “hay riesgo de que exista manipulación por parte del niño para llamar la atención de sus padres a través de la comida”.
5-Variar la alimentación. Los niños deben ir probando nuevos alimentos, siempre a partir de las recomendaciones de su pediatra respecto de a qué edad introducir cada uno de ellos y en qué cantidad. Hay que constituir el hábito y para incorporar nuevos sabores hay que ir poco a poco. Por ejemplo, si le gusta una fruta se la damos una vez a la semana, luego dos y más tarde incorporamos una segunda fruta, y así vamos avanzando o si hay algo que no le gusta le damos poco de eso junto con otro alimento que sí toma, le animamos a que lo pruebe al menos e incorporamos las novedades semanalmente o cada 15 días.
6- Comer lo necesario. Es importante que los padres no se obsesionen con que el niño coma siempre la misma cantidad, especialmente a partir del primer año. Hay un momento en que dejan de crecer con la misma rapidez y por tanto no necesitan tanta ingesta calórica. La preocupación de los padres porque coman lo suficiente muchas veces los lleva a caer en la sobrealimentación, que el niño no coma genera mucha irritabilidad y culpa, pero hay que confiar también en los pediatras, que saben muy bien cuando la cosa va bien o mal, y en las curvas de crecimiento.
7-Comer demasiado. Para los pequeños que están en el otro extremo, aquellos que comen en exceso, es necesario volver al hábito, retomar la rutina y evitar picar entre horas. Si se hace esto, se consiguen dos cosas fundamentales para comer bien: sentarse a comer con hambre y aprender a tener la sensación de saciedad.
8- Enseñar con el ejemplo. Los padres son modelos para sus hijos en todo, incluyendo la alimentación y esto hay que tenerlo muy en cuenta. Es decir, no puedo pretender que mi hijo coma fruta si ve que los padres jamás la comen. Especialmente a partir de los cuatro años, cuando empiezan a cuestionarlo todo.
9-En caso de negación…
Se le retira el plato sin insistir ni enfadarse en cuanto diga que no quiere más, pero no se le sustituirá ni compensará por nada. Si el niño no come debidamente cuando corresponde, no se le puede permitir tomar nada de nada, salvo agua, hasta que llegue la hora de la siguiente comida; que tampoco será más abundante ni diferente de lo previsto por compensar el hambre atrasada.
No se prepara nada especial, todos comen lo mismo salvo prescripción médica (alergias a alimentos, intolerancias, etc.).
Recuerda que el hambre es una necesidad fisiológica y tarde o temprano el niño tendrá hambre.
Sobre todo: mantenemos la calma y nos damos unos días para comprobar que este método funciona. Si nos ponemos nerviosos, presionamos al niño, le gritamos, etc., el niño sabrá que tiene la sartén por el mango. Tiene más fuerza la paciencia y que el niño compruebe que a nosotros no nos afecta que no coma, que darle un grito y enfadarnos. La tensión y el miedo son ideales para hacer perder el apetito. Tampoco lo chantajes, prometiéndole ir al cine o un regalo si come. Se tiene que comer porque sí, igual que tiene que dormir, ducharse a diario, lavarse los dientes y hacer pipí. Lo único que se consigue chantajeando a los niños para que coman es acabar siendo chantajeados por ellos.
Evitar un sistema de recompensas. Con la comida no es bueno utilizar el sistema de recompensas. Es un hábito que se tiene que integrar a partir de una rutina, no como parte de una negociación.