El mundo nos rompe a todos, y luego algunos se hacen más fuertes en las partes rotas. – Ernest Hemingway –
El Kintsugi es un término japonés, pero también quiero que entiendas este término como un arte. La palabra Kintsugi no tiene una fácil traducción al español pero vendría a significar algo así como la ‘unión con oro’, la ‘reparación con oro’ o la ‘carpintería de oro’; es decir, consiste en arreglar con oro las fracturas de los objetos de cerámica que con el tiempo o por accidente se han agrietado o sufrido algún desperfecto.
Se dice que este arte comenzó en el siglo XIV, cuando el Sh?gun Ashikaga Yoshimasa (el sh?gun era el gobernante de facto del país, en el que el Emperador delegaba la autoridad) mandó a reparar su tazón de té favorito a China. El resultado (le habían colocado unas grapas metálicas) le decepcionó enormemente, pues no solo se había perdido la belleza de la pieza, sino que quedaba inservible, ya que el té se filtraba por las grietas. Por ello mandó a los artesanos japoneses idear un método de restauración que no solo volviera a hacerlo funcional, sino que no lo afeara.
El kintsugi consiste en pegar los trozos rotos entre sí con barniz de resina o laca mezclada con oro o plata en polvo, y limar la superficie hasta alisarla y convertir el arreglo en vetas de metales preciosos incorporadas a la pieza. Con esta técnica se consiguió darle una segunda vida a la cerámica que la enriquecía y le confería un carácter propio, con cicatrices como las que marcan a los humanos para significar el transcurso de una vida, solo que esta vez de oro para entenderlas como algo bello.
No se trata solo de hacerla estéticamente más bonita: se trata de impregnarla de un mensaje inspirador. La pieza se rompió, pero fue reparada, y ese episodio es una parte de su historia que la hace más valiosa por su capacidad de resiliencia. De hecho, los ejemplares antiguos de cerámica que fueron reparados usando esta técnica son más valorados que los que se han conservado intactos, sin haberse roto nunca.
Si acercamos el Kintsugi a lo humano, habla de ser capaces de reparar las heridas, darlas valor e incorporarlas a nuestra historia, sentirlas con orgullo y darlas un nuevo sentido. No rechazar las cosas, sentimientos, pensamientos… porque haya heridas, sino ser capaces de “darlas la vuelta”, y servirnos de ellos para embellecer aún más nuestra historia.
Cada cicatriz de nuestra vida conforma lo que somos ahora, nos define, nos construye. Las heridas es lo que hacen auténtico a un objeto.
La manera que incorporar la herida a nuestra vida es lo que nos permite construir un futuro: en vez de sufrir una herida y quitar valor a nuestra historia, convertir las cicatrices en algo distinto, con significado. Cuando algo se agrieta quizá necesite ser reparado, transformado, superado, y para ello se necesita fortaleza.
Lo que hace bello a un objeto no es su apariencia exterior, al menos esto no es el valor principal que se busca, sino que es hermoso por su capacidad de recuperación. Y esto es posible gracias a mostrar con orgullo las cicatrices, incluso incorporarlas para así hacer más fuerte el objeto: la fortaleza necesaria.